martes, 4 de mayo de 2010

La Honestidad 2

En uno de nuestros tantos juegos, le comenté que el que seguramente le tenía ganas era mi socio.
Ella se rió.
Me dijo que estaba loco. Que de donde lo había sacado. Si él me había hecho algún comentario.

Le dije que no, pero que de la misma forma que las mujeres perciben las miradas de otras mujeres, los tipos solemos ver las caras de los otros tipos.
Inclusive llegué a preguntarle si se imaginaba en una partuza con Lázaro (ése era mi socio).
Ella se rió, y me dijo de dónde yo sacaba que él podría llegar a prenderse.

Mi socio era un tipo de mi edad, divoricado, con pinta de tipo, y según decían las secretarias eso era lo que lo hacia atractivo, ni muy gordo, ni muy flaco, morocho, con rasgos de tipo de la calle, no un niño bonito, y a pesar de que cuidaba mucho su aspecto no pasaba por ser un metrosexual.
Al contrario daba más bien la impresión de ser el tipo que los domingos se juntaba con los amigos al jugar al fútbol y que si había que agarrarse a trompadas él era el primero.

El tema de Lázaro, cada tanto aparecía en nuestras tardes de sexo.
Yo lo conocía desde la época de la facultad, lo sabía medio putañero, y estaba seguro que era de palo. Hacía años que éramos socios en el estudio, y algunas de sus historias habían llegado a mis oídos.
Inclusive cierta vez en la que un cliente llegó a insinuar que nos sacaba la cuenta porque tenía sospechas que su esposa tenía una cierta “preferencia” por tratar los asuntos con Lázaro.

Silvia y yo, teníamos muy buen sexo. Y fue así que un dia medio jugando, y medio enserio la desafié a que corroborara mi teoría deque Lázaro le tenía ganas, viniendo una tarde a la oficina, y que prestara atención a sus miradas. Me dijo que lo iba a pensar.

Un mediodia Silvia, me llamó para ver si podía pasar a buscarme y que fuéramos directamente desde la oficina para el cine. Quedamos en que pasaba a las 6.
Yo la verdad me había olvidado del desafío lanzado meses atrás.

Al verla llegar, lo recordé inmediatamente y al verla vestida, presentí que estaba dispuesta a atraer la atención de cualquier hombre que estuviera a 100 metros a la redonda.

Llevaba muy bien sus 40 años, pelo oscuro, corto, que resaltaban sus ojos claros.
Tenía puesto una pollera de jean una palma por sobre la rodilla, ajustada, zapatos de taco alto, y una blusa de seda roja, suelta pero sugestiva.

Al verla en la recepción, salí de la oficina para buscarla.
Pedí dos cafés, y nos quedamos charlando en la oficina para hacer tiempo, hasta el horario del cine.
En una de las tantas pasadas, Lázaro se percató de la presencia de Silvia. Inmediatamente entró a mi oficina y se nos unió con un café.

Al tener la piernas cruzadas, Silvia dejaba al descubierto gran parte de sus muslos. Cada tanto Lázaro miraba para la recepción para tener que volver a girar la cabeza y repasar la vista de las piernas de mi novia. Estaba parado, apenas apoyado en una biblioteca, y con la tacita de café en su mano.

Silvia sacó un cigarrillo, y él solícitamente se le acercó para ofrecerle fuego, medio se incorporó para acercarse a su encendedor, y descruzó las piernas, fue un gesto imperceptible, pero Lázaro detuvo su mirada por un instante en el hueco que dejaba la pollera entre las piernas buscando mirar su bombacha, o su falta de bombacha. Yo no lo sabía.

Al salir le preguté “Tenés puesta la bombacha”
“Por qué, me preguntó.

“Porque si no se lo voy a tener que preguntar a Lázaro” “Cuando te levantaste para buscar fuego casi te saca una foto con los ojos”

“Quedate tranquilo, que traigo bombacha”, y se rió.

Fuimos al cine y a cenar. Durante la cena obviamente el tema de conversación fue, qué percepción había tenido ella respecto a mi comentario sobre la atracción que ella tenía sobre mi socio.

Después de cierta resistencia, terminó aceptando que sí, que en algún momento había sentido que él la miraba, y que de no haber estado yo, quizás se hubiera tirado un lance.

Fuimos a casa, y nos hicimos el amor. Silvia se quedó a dormir en casa.
A la mañana la desperté con el desayuno en la cama. Después nos hicimos el amor.
A esa altura ya se hacía evidente la pregunta

“Y que pensás”
“De qué” dijo con cara de no entender.

“De lo que te dije de Lázaro”
“Ya te dije, tenés razón es un mirón”
“No de lo otro, si te imaginás en un trío con él” Yo ya estaba totalmente lanzado.

“Estás loco, es tu socio.” “Yo soy tu pareja, él me conoce” “Después con que cara me vá a mirar”

“Es cierto, pero también ésas son limitaciones para él, y el hecho de ser mi socio, y que lo conozca de tanto tiempo vá a hacer que sea discreto, que sea ubicado y que entienda los límites que vos le quieras poner” “Un desconocido es más arriesgado”

La conversación terminó ahí.

CONTINUARA…