domingo, 25 de abril de 2010

Las ahijadas crecen 3

Podría contarles, todas las conversaciones que tuvimos a partir de aquella tarde, pero lo concreto es que cada una de ellas terminaba en una mayor provocación que la anterior.

Yo por razones obvias, dejé de ir a los almuerzos dominicales en su casa.
Ahijada Sexy
“Creo que algún dia se vá a dar algo naturalmente, y que de esas forma ninguno se vá a sentir forzado.” “Yo también pensé mucho en aquella tarde, y la verdad es que no me arrepiento”

Fue a la vuelta de uno de mis viajes. Que por fin arreglamos una salida.

“Mañana, me quedo a dormir en lo de una amiga” “Si te parece podemos salir”

La fui a buscar a la noche, cuando bajó, me encontré con una mujer muy distinta a la niña, que meses atrás había besado por primera vez.

Vestido minifalda, negro, tacos medianos, cabello suelto, y algo pintada. Se había arreglado para la cita.

Al llegar al restaurante, la verdad es que sentí vergüenza. Todos nos miraban. Era obvia la diferencia de edad. A ella parecía no importarle. Disfrutamos de la charla.

Al salir, no sabía que decirle. Estuve tentado de pedirle que fuéramos a mi departamento.
Ella me recordó que se quedaba a dormir en lo de su amiga. “Pero puedo quedarme un rato más”

Sentí su insinuación.

“Alguna ves fuiste a un hotel” le pregunté.
“Nunca”, “Pero tampoco nunca me quedé en ropa interior delante de un hombre, así que puede ser mi primera vez”

Nos subimos al auto. Arranqué con rumbo a un lugar que estuviera a la altura de nuestra cita.

Al llegar, noté su cara de fascinación.
Era un mundo nuevo para ella.

Entramos a la habitación. La dí vuelta para buscar su boca. Ella se acercó y nos besamos.
No sabía hasta donde llegaríamos esta vez. A mi me alcanzaba con besarla y tocarla. Saber que ella lo disfrutaba.

Con un solo movimiento se sacó el vestido por sobre su cabeza. Pude ver que traía puesto el conjunto que yo le había regalado.

“Acá nos quedamos la última vez”, me dijo.
Comencé a besarle los pechos. Nuevamente.
Ella me ayudó a quitarme la camisa, bajó sus manos para desabrochar mi pantalón.
Yo por primera vez deslicé mi mano sobre su entrepierna. Corrí el borde de la tanga, y pude sentir sus labios vaginales.
Ella se estremeció. Dejé caer mis pantalones, y acerqué su mano a mi bragueta, ella tanteaba, nerviosa.
Pasó su mano por la bragueta y sentí la piel de su mano tocar mi verga. Simplemente me acariciaba.

Nos tiramos en la cama. Le pedí que se subiera a mi cuerpo.
Sus pechos, tocaban mi cuerpo, yo le tocaba la cola, frotaba mi pija contra su bombacha.

Con cuidado le quite la tanga. Le pedí que se acostara. Bajé mi cara por sus pechos y su panza. Besaba cada centímetro de su piel.

Llegué a su vagina. Tenía una suave perfume. Toda depilada, le agregaba un aire infantil, a su ya de por sí joven cuerpo.

Pasé mi lengua, midiendo su reacción.
Su cuerpo respondió a mi tacto.
Se mordió el labio inferior, para no gritar.

Le acaricié la vulva, le chupé cada pequeño pliegue de ese sexo virgen.
Ella se entregaba. Solo pequeños gemidos escapaban de su boca. Acariciaba mi cabeza mientras yo le daba placer.

Sentí el sabor acre de sus fluídos, la estaba haciendo acabar, y así me lo hizo saber, cuando arqueó su cuerpo, para luego desplomarse en la cama.

Volví a su cuerpo. Busque su boca y le di un beso de amor.
Al subirme los jugos que soltaba mi pija, tocaron su cuerpo.
Ella llevó su mano a la parte mojada, y lo tocó.
Miró sorprendida, y los pasó sobre sus pezones.

Se subió a mi cuerpo, y me confesó que nunca lo había hecho, que no sabía hasta donde llegaría pero que quería probar.

Tomé un condón y me lo coloqué.

Ella lentamente fue disfrutando de mi verga. Se entregaba y disfrutaba.
Su rostro buscaba el mío.
Quería que fuera testigo de su iniciación.

El orgasmo que tuvimos fue el final de su entrega. Su cuerpo templo y se entregó plenamente al placer de sentirse mujer por primera vez.
Quedamos abrazados en un beso interminable. Su cuerpo brillaba con la luz que dá el sexo.
Había sido mi mujer, había pasado el umbral. Ahora se había entregado.

Prolongamos la noche, con caricias y besos.
Yo me sentía feliz a su lado. Ella se sentía una niña a mi lado.

Nos duchamos. Nos besamos. Y la llevé a la casa de su amiga.
Los dos sonreíamos sin razón.

Los dos sabíamos que esa noche nos había marcado. Que pasaría más adelante, nadie lo sabía. Tampoco importaba.

Nos despedimos con un beso. El “gracias” brotó al unísono. La ví entrar al edificio. Se dio vuelta y me sonrió.

Casi en el aire, manejé rumbo a mi casa.

Había recuperado un felicidad interior que hacía tiempo no sentía.

Llegué a la esquina de Pueyrredón y Rivadavia. El semáforo estaba en rojo.

Bajé la vista para cambiar la música.
Ví dos luces muy potentes que se acercaban por la luneta.


Me desperté dolorido.
La cara de mi padre, no indicaba lo mejor.
En medio de la pesadez, ví a mi madre llorando en silencio.
Una enfermera que sale. Un médico que entra.
La familia que se retira.
El sopor que me invade.

Tratan de explicarme. Yo no entiendo.
El camión, los frenos, el accidente.
La palabra rehabilitación suena varias veces.

La suerte que había tenido.
Todos vuelven, todos me consuelan, todos me miman.

El sopor me invade.

Desperté. Mis amigos estaba ahí, también estaba Gaby.
Ella contiene el llanto.

El doctor me vuelve a explicar el diagnóstico. El impacto me había roto la espina.
Era prematuro una evaluación definitiva, pero lo que suena en mi cabeza, no tiene consuelo, no volvería a caminar.
Nada es definitivo la medicina avanza, nunca se sabe.

Gaby, muerde un pañuelo en silencio.
Ya no luce su bonito vestido negro de aquella noche. Ya no está maquillada. Lagrimas de tristeza y no de felicidad le surcan la cara.

Y yo estoy ahí.
Mi familia está ahí, su padre, mi amigo, también está.
Mi ex me miraba triste.

Ninguno de los dos podía demostrar abiertamente las sensaciones que teníamos. Las ganas de abrazarnos, ponernos a llorar.

Sería acaso ese el castigo por mi osadía de haber deseado a una niña que además era mi ahijada.
Tendría mucho tiempo para repensarlo.

FINAL