Trabajo en una compañía de seguros. Estoy en atención al cliente. Al tratar con personas todo el día, con hombres especialmente, siempre estoy recibiendo alguna que otra propuesta indecente. Los más zarpados siempre resultan ser los tacheros, quienes no tienen ningún empacho en decirte con todas las letras que quieren llevarte a la cama.
Algunos son de esos típicos babosos a los que no vale la pena prestarles más atención que la debida, una sonrisita festejando cualquier ocurrencia que digan y se quedan contentos. Pero también están los otros, los que se voltean a medio mundo y tienen el levante entre ceja y ceja. A estos últimos corresponde Rubén: 40 años, casado, media docena de hijos, los reconocidos al menos, dueño de una importante flota de taxis. Aunque puede mandar a cualquier chofer a realizar el pago del seguro, todos los meses se aparece personalmente, no porque desconfíe de sus empleados, sino porque le gusta hinchar las pelotas.
Es un tipo simpático, de esos que hablan fuerte y cada dos o tres palabras te meten un chiste subido de tono o una frase con doble sentido. Ya me había tirado los galgos más de una vez, y aunque siempre estaba al borde de la grosería, se las arreglaba para salir siempre bien parado.
-¿Y flaca, te decidiste? Convéncete de que la vamos a pasar bien, nada de complicaciones, un polvo y cada uno a su casa- me decía cada vez que se sentaba frente a mí, guiñándome un ojo, sonriéndome como si fuera una broma aunque sabía que lo estaba diciendo en serio.
Supongo que su estrategia sería: “Si pica, pica, y sino, por lo menos le tiro onda”. Hasta el momento nunca había funcionado. No porque yo no quisiera o no me tentara la propuesta, sino que en algún momento había decidido que no iba a encamarme con socios de la compañía. Estaba dispuesta a no mezclar el trabajo con el placer, aunque… ¿conocen ese refrán que dice nunca digas nunca? Bueno, algo así sucedió esta vez.
Hacia ya un tiempo que venía con ganas de pasar una noche fuera de casa, algo así como una velada romántica, no con mi marido, obvio, para eso me quedo en casa, compro velas y todo eso que una hace cuándo quiere agasajar a su media naranja, esta vez la idea era estar con alguien más, con alguien que me hiciera pasar un buen momento y hacerme olvidar por algunas horas de algunos problemitas que vengo teniendo.
El sexo casual me satisface plenamente, por eso lo sigo practicando, créanme que no hay nada mejor que echarse un polvo furtivo a espaldas de todo el mundo para recargar las pilas, pero esta vez quería algo distinto, algo que fuera sin apuro, sin las típicas urgencias de quién esta haciendo algo a contramano de su propio matrimonio.
Cuánto más vueltas le daba al asunto y más candidatos evaluaba para que me acompañaran en ese gustito que deseaba darme, Rubén aparecía como el más indicado. Claro que si decidía aceptar de una vez por todas sus propuestas, debía hacerlo de una forma que mis compañeras de la compañía no se dieran cuenta. Me moriría de vergüenza si se enteraban que había salido con el zarpado de Rubén. Sobre todo por las promesas que me hacía el guacho.
-Dale flaquita- me decía a boca de jarro –No te vas a arrepentir, te aseguro que hasta el momento no tuve ninguna queja-
-Soy una mujer casada, Rubén- le decía yo, como si eso fuera un impedimento.
-¿Y? Yo también estoy casado, pero todavía no me castraron eh, siempre que pinta me doy algún gusto- insistía.
Yo me reía mientras le preparaba los recibos de los distintos autos. Aunque no lo demostraba, todo lo que me decía me incitaba en una forma que hasta había llegado a considerarlo como un potencial amante en algún futuro cercano. Pero por el momento seguía atada a ese mandamiento que me había hecho a mí misma: “No fornicarás con los socios de la compañía”.
Hasta que un buen día me dije, ¿Por qué no hacer una excepción? La verdad es que le tenía muchas ganas y en mi interior sabía que el era el hombre indicado para darme ese gusto que tanto necesitaba.
Tuve que esperarlo, por suerte esa semana, apareció puntualmente, cerca del mediodía. Como siempre me buscó a mí para que le cobrara las cuotas.
-¿Y flaquita, ya te decidiste a ponerle los cuernos a tu marido?- volvió a preguntarme.
-Dale Rubén no te pongas pesado, ya sabes mi respuesta- le dije del mejor modo posible.
-Bueno, te hago caso, pero cuándo te decidas ya sabes a quién recurrir- me dijo con una sonrisa.
Se sirvió un café y mientras yo preparaba los recibos hablamos de cualquier otro tema.
Al rato me levante para sacar los recibos de la impresora, debo aclarar que mi impresora esta a unos cuántos pasos de mi escritorio, por lo que debo caminar un trecho no muy largo, pero si lo suficiente como para que los ojos de Rubén se pasearán por toda mi retaguardia. Lo sorprendí mirándome cuándo saque los recibos y me di la vuelta rápidamente. Él solo se rió y siguió con lo que me estaba diciendo. Volví a mi escritorio, sellé los recibos, y se los dí guardando el dinero que me entregaba. Antes de irse me preguntó algo sobre los remolques, respondí su pregunta y ahora si nos despedimos hasta el próximo mes, con un beso en la mejilla, como siempre.
Mientras él saludaba a las demás chicas, tirándoles onda también, hice como que volvía a lo mío, aunque estaba atenta a sus movimientos. A toda prisa anoté algo en un papel y esperé a que saliera de la compañía. Cuándo lo hizo agarré el papel y haciendo como que era algo que se había olvidado corrí tras él. Lo alcancé justo cuándo estaba abriendo la puerta de su auto.
-Rubén te olvidaste un recibo- le dije a los gritos por si alguien me escuchaba.
-¿Estás segura?- me preguntó chequeando los que tenía en la mano.
-Si, te lo olvidaste- enfaticé al acercarme y le di el papel que antes había preparado –Toma y miralo cuándo te vayas- le dije en voz baja, casi en un susurro.
Me di la vuelta y volví a entrar en la compañía. Por suerte me hizo caso, ya que enseguida se subió a su auto y se puso en marcha. En el papel había anotado mi número de celular y una frase que prácticamente era una súplica: “¡¡¡Sé discreto por favor!!!”
Por la tarde recibí su llamado.
-¡Así que te decidiste mamita! Mira que me engatusaste bien, te hacía una esposita modelo- me dijo.
-Todas tenemos nuestro lado oscuro- le dije.
En ese momento estaba sola por lo que podía hablar con tranquilidad.
-¿Entonces? ¿Me vas a permitir el honor de hacer cornudo a tu marido?-
-Mira, no voy a arriesgar mi matrimonio por un polvo así nomás, yo busco otra cosa- le dije.
-¿Y que buscás, flaquita?- quiso saber.
-No sé… pasarla bien… tener una noche inolvidable- respondí.
-Estás hablando con la persona indicada, mamita, si me dejás te voy a dar la mejor noche de tu vida- me prometió.
-Mira que te tomo la palabra- le dije.
-Tomame todo lo que quieras, flaquita, pero te aseguro que de esa noche no te vas a olvidar más-
Seguimos hablando por un rato más, más que nada arreglando los detalles de lo que sería nuestro encuentro. La fecha sería este sábado 21.
-¿Y vas a poder zafar de tu marido?- se preocupó.
-No hay drama, invento algo y ya está- le aseguré.
-Flor de guachita resultaste- se rió.
-De las que te gustan, ¿no?- repuse.
-De las que me gusta coger- afirmó.
-Ya te vas a sacar las ganas- le dije y me despedí con un beso.
Quedamos en encontrarnos ese sábado a las nueve de la noche en la esquina de Independencia y Entre Ríos. Lo suficientemente alejado de mi casa como para que no me viera ningún conocido.
Esa misma tarde, al salir de la compañía, me fui de compras. Quería comprarme algo especial para estrenar, un conjuntito de ropa interior, algo sexy, lo adecuado para una ocasión tan especial. Luego de la compra me fui a casa. Durante la cena le comenté a mi marido que una compañera de trabajo cumplía años y que había decidido hacer una salida de solo chicas. La supuesta salida sería el sábado… el sábado 21.
-No te vayas a poner en pedo- bromeó.
-Jajaja…- me reí –Sabés que no tomó mi amor-
-¿Queres que te pase a buscar por algún lado?- se ofreció.
-No hace falta, si terminamos tarde me quedo en lo de Mariana y me vengo en cuánto amanezca- le dije.
-Dale, pero anda llamándome para saber que está todo bien- me pidió.
-No te preocupes mi vida- le dije levantándome de la mesa y acercándome a él para abrazarlo por detrás –Te voy a llamar-
Me senté en sus piernas y lo besé. Enseguida sentí su erección latiendo debajo de mi cola.
-¿Dejamos todo como esta?- le pregunté.
-Más vale…- me respondió.
Nos levantamos y fuimos derecho al dormitorio. Nos desvestimos e hicimos el amor con la misma intensidad de siempre. Pese a lo que muchos puedan suponer, disfruto cada vez que hago el amor con mi marido, lo disfruto mucho, el problema es que también disfruto con otros hombres, creo que ahí radica el origen de mis infidelidades.
Pero bueno, siguiendo con el tema, durante la conversación telefónica que habíamos tenido, habíamos arreglado que de ahí en más nos comunicaríamos solo mediante mensajes de texto. Tengo el celular en modo vibrador para los mensajes por lo que no correríamos los mismos riesgos que con una llamada.
El sábado, cerca de las siete de la tarde, comencé a prepararme. Me di una ducha, me afeité la conchita, me puse un poco de cremita para la irritación, me maquillé, y me tomé mi tiempo para seleccionar la ropa que habría de ponerme. No podía ir muy de gata porque mi marido sospecharía, aunque me moría de ganas por vestirme bien provocativa y revelar de una vez por todas a la puta que llevo adentro.
Primero me puse el conjuntito íntimo que había comprado para la ocasión. Corpiño y culote de seda color fucsia con encajes blancos. Me miré en el espejo y me felicité por la elección. El corpiño comprimía mis pechos y los mantenía afirmados como si fueran a explotar en cualquier momento, en tanto que el culote… bueno… resaltaba lo que tenía que resaltar.
Finalmente elegí como vestuario algo no muy llamativo, después de todo hacía frío y arriba tendría que ponerme un saco. Además quería que Rubén siguiera pensando que era esa esposita modelo que él había idealizado, la que por fin se decidía a aceptar sus tentadoras propuestas.
A las nueve menos cuarto me despedí de mi marido con un beso prometiéndole que estaría llamándolo continuamente. Salí a la calle y tomé un taxi. Ni bien le indiqué la dirección al taxista saqué mi celular y le mandé un mensaje a Rubén: “Estoy en camino”.
“Muero por verte mi Reina”, me respondió enseguida. Por lo visto ya estaba entonado. Cuándo me bajé en la esquina de Independencia y Entre Ríos, le mandé otro mensaje: “Ya llegué”.
“Te veo, estás hermosa”, me contestó. En ese mismo momento una 4 x 4 se detiene a mi lado.
-¿Te llevo flaquita?- me pregunta el conductor por la ventanilla. Es Rubén. Le sonrío y me subo por la puerta del acompañante. Cierro y lo saludo con un beso en la mejilla.
-Pero flaca…- me reclama –Me parece que esta noche estamos para más que un simple beso en la mejilla-
-Tenes razón- le digo.
Me acerco y nos besamos en la boca, no con un chupón, sino con un pico, apenas un leve anticipo de lo que vendría después.
-¿Ves? Así está mejor- me dice y se pone en marcha.
Cenamos en Puerto Madero, y luego fuimos a tomar unos tragos en “Asia de Cuba”. Ahí fue que comenzó realmente la noche para nosotros. Hasta el momento habíamos estado hablando como dos buenos amigos, sin que pasara nada aún, pero ya en el boliche, nos dejamos llevar por el frenesí del ambiente y terminamos, o mejor dicho, yo terminé, de espalda contra una pared, con él apoyándome, y comiéndome la boca con una avidez que delataba las ganas que me tenía.
-¿Nos vamos?- me preguntó luego de ese enfervorizado y caliente chupón.
-Dale, vamos- asentí.
La humedad en mi conchita me decía que ya era el momento apropiado.
Salimos del boliche y fuimos a buscar la camioneta que todavía estaba en el estacionamiento del restaurante. Antes de subir le pedí por favor a Rubén que me diera un minuto para hacer una llamada. Saqué el celular y llamé a mi marido. Todavía estaba despierto.
-Hola… si… recién terminamos de cenar… si, estuvo rico… ahora no sé, creo que vamos a ir a tomar algo… si, por mi parte agua mineral, jajaja… después por ahí vamos a la casa de alguna de las chicas, ya veremos… cualquier cosa te aviso… te mando otro mi amor, y dormí que ya es tarde… becho…- me despedí haciendo el ruido de un beso y corté.
Rubén se me acercó y me abrazó por detrás.
-¡Que turra sos… y como me gusta que seas así de perra!- me susurró a la vez que me apoyaba y me hacía sentir su inquieto paquete entre las nalgas.
La falda de mi vestido se ceñía a mi cintura, de modo que la dureza de su pija se hacía aún más notoria y palpable.
Subimos a la camioneta y salimos del estacionamiento. Tardamos apenas unos minutos en llegar a “Osiris”, un albergue transitorio que, según parece, Rubén frecuenta asiduamente.
La suite egipcia estaba disponible y debo decir que me sentí Cleopatra al verme rodeada por aquella ambientación, aunque en un primer momento no pude disfrutarla demasiado, ya que ni bien cerramos la puerta empezamos a besarnos y a acariciarnos por todos lados, tocando esas partes de nuestros cuerpos que hasta entonces, por haber estado en público, no habíamos podido reconocer.
Luego de unos cuántos besos le dije que se pusiera cómodo mientras yo me preparaba. Entré entonces al baño y me desvestí, quedándome tan solo en ropa interior. Me miré al espejo y me arregle el pelo, el cuál había quedado algo alborotado después de aquel reciente desborde pasional. Cuándo ya estuve lista, salí del baño y… Rubén se había tomado en serio lo de ponerse cómodo.
El zarpado ya estaba en bolas, en la cama, la espalda apoyada contra el respaldo, sobándose la pija. Mientras caminaba hacia él pude observar con mayor atención los detalles de la habitación. Las columnas que rodeaban el lecho, los espejos en forma de pirámide, los motivos egipcios, todo era un encanto, aunque lo que más atraía mi atención era lo que Rubén ostentaba entre sus manos.
Así que haciéndome la gata, me subí a la cama y fui gateando hacia él, ronroneando dulcemente, mirándolo a los ojos, cuidando que mis pechos, todavía contenidos por el corpiño, le ofrecieran el mejor panorama. Mis labios buscaron los suyos y se fundieron en un beso rebosante de saliva y pasión.
Mientras nos besábamos le agarre la pija y me puse a frotársela sintiendo enseguida como la palma de la mano se me humedecía con el líquido que le salía por aquel “tercer ojo” que supuraba ya de excitación.
De a ratos dejaba de besarlo para lamerme en forma incitante la mano y los dedos, tras lo cuál volvía enseguida a su boca, ya que él no tenía problema en seguir besándome pese a que mis labios estaban empapados con su virilidad.
Yo seguía sacudiéndole la poronga, arriba, abajo, endureciéndola, sintiendo como crecía, como aumentaba de volumen, como engordaba, como el glande se transformaba en un corazón pulsante a punto de estallar. De su boca fui bajando lentamente, siempre con besos y lamiditas, lo besaba aquí y allá, le mordía despacito las tetillas y seguía bajando, le hurgaba el ombligo con la lengua, y así hasta encontrarme de frente con el astro de la velada: una verga de contundentes proporciones, con una incitante comba en el medio que hacía que se torciera hacia un costado.
No me hice de rogar, enseguida apliqué mis labios sobre esa tersa superficie, besándola a lo largo y a lo ancho, acariciándola con la lengua, subiendo y bajando, sintiendo como la piel se le tensaba mucho más todavía. Estaba caliente, jugosa, rebosante, ideal para una mamada. Sin soltársela abrí la boca y me la fui comiendo despacio, de a poco, chupando cada vez un poquito más, sorbiendo con avidez hasta el último trozo de tan elemental atributo.
-¿Es la primera vez que se la chupás a alguien que no sea tu marido?- quiso saber Rubén mientras su candente pedazo se deslizaba entre mis labios.
Algunos son de esos típicos babosos a los que no vale la pena prestarles más atención que la debida, una sonrisita festejando cualquier ocurrencia que digan y se quedan contentos. Pero también están los otros, los que se voltean a medio mundo y tienen el levante entre ceja y ceja. A estos últimos corresponde Rubén: 40 años, casado, media docena de hijos, los reconocidos al menos, dueño de una importante flota de taxis. Aunque puede mandar a cualquier chofer a realizar el pago del seguro, todos los meses se aparece personalmente, no porque desconfíe de sus empleados, sino porque le gusta hinchar las pelotas.
Es un tipo simpático, de esos que hablan fuerte y cada dos o tres palabras te meten un chiste subido de tono o una frase con doble sentido. Ya me había tirado los galgos más de una vez, y aunque siempre estaba al borde de la grosería, se las arreglaba para salir siempre bien parado.
-¿Y flaca, te decidiste? Convéncete de que la vamos a pasar bien, nada de complicaciones, un polvo y cada uno a su casa- me decía cada vez que se sentaba frente a mí, guiñándome un ojo, sonriéndome como si fuera una broma aunque sabía que lo estaba diciendo en serio.
Supongo que su estrategia sería: “Si pica, pica, y sino, por lo menos le tiro onda”. Hasta el momento nunca había funcionado. No porque yo no quisiera o no me tentara la propuesta, sino que en algún momento había decidido que no iba a encamarme con socios de la compañía. Estaba dispuesta a no mezclar el trabajo con el placer, aunque… ¿conocen ese refrán que dice nunca digas nunca? Bueno, algo así sucedió esta vez.
Hacia ya un tiempo que venía con ganas de pasar una noche fuera de casa, algo así como una velada romántica, no con mi marido, obvio, para eso me quedo en casa, compro velas y todo eso que una hace cuándo quiere agasajar a su media naranja, esta vez la idea era estar con alguien más, con alguien que me hiciera pasar un buen momento y hacerme olvidar por algunas horas de algunos problemitas que vengo teniendo.
El sexo casual me satisface plenamente, por eso lo sigo practicando, créanme que no hay nada mejor que echarse un polvo furtivo a espaldas de todo el mundo para recargar las pilas, pero esta vez quería algo distinto, algo que fuera sin apuro, sin las típicas urgencias de quién esta haciendo algo a contramano de su propio matrimonio.
Cuánto más vueltas le daba al asunto y más candidatos evaluaba para que me acompañaran en ese gustito que deseaba darme, Rubén aparecía como el más indicado. Claro que si decidía aceptar de una vez por todas sus propuestas, debía hacerlo de una forma que mis compañeras de la compañía no se dieran cuenta. Me moriría de vergüenza si se enteraban que había salido con el zarpado de Rubén. Sobre todo por las promesas que me hacía el guacho.
-Dale flaquita- me decía a boca de jarro –No te vas a arrepentir, te aseguro que hasta el momento no tuve ninguna queja-
-Soy una mujer casada, Rubén- le decía yo, como si eso fuera un impedimento.
-¿Y? Yo también estoy casado, pero todavía no me castraron eh, siempre que pinta me doy algún gusto- insistía.
Yo me reía mientras le preparaba los recibos de los distintos autos. Aunque no lo demostraba, todo lo que me decía me incitaba en una forma que hasta había llegado a considerarlo como un potencial amante en algún futuro cercano. Pero por el momento seguía atada a ese mandamiento que me había hecho a mí misma: “No fornicarás con los socios de la compañía”.
Hasta que un buen día me dije, ¿Por qué no hacer una excepción? La verdad es que le tenía muchas ganas y en mi interior sabía que el era el hombre indicado para darme ese gusto que tanto necesitaba.
Tuve que esperarlo, por suerte esa semana, apareció puntualmente, cerca del mediodía. Como siempre me buscó a mí para que le cobrara las cuotas.
-¿Y flaquita, ya te decidiste a ponerle los cuernos a tu marido?- volvió a preguntarme.
-Dale Rubén no te pongas pesado, ya sabes mi respuesta- le dije del mejor modo posible.
-Bueno, te hago caso, pero cuándo te decidas ya sabes a quién recurrir- me dijo con una sonrisa.
Se sirvió un café y mientras yo preparaba los recibos hablamos de cualquier otro tema.
Al rato me levante para sacar los recibos de la impresora, debo aclarar que mi impresora esta a unos cuántos pasos de mi escritorio, por lo que debo caminar un trecho no muy largo, pero si lo suficiente como para que los ojos de Rubén se pasearán por toda mi retaguardia. Lo sorprendí mirándome cuándo saque los recibos y me di la vuelta rápidamente. Él solo se rió y siguió con lo que me estaba diciendo. Volví a mi escritorio, sellé los recibos, y se los dí guardando el dinero que me entregaba. Antes de irse me preguntó algo sobre los remolques, respondí su pregunta y ahora si nos despedimos hasta el próximo mes, con un beso en la mejilla, como siempre.
Mientras él saludaba a las demás chicas, tirándoles onda también, hice como que volvía a lo mío, aunque estaba atenta a sus movimientos. A toda prisa anoté algo en un papel y esperé a que saliera de la compañía. Cuándo lo hizo agarré el papel y haciendo como que era algo que se había olvidado corrí tras él. Lo alcancé justo cuándo estaba abriendo la puerta de su auto.
-Rubén te olvidaste un recibo- le dije a los gritos por si alguien me escuchaba.
-¿Estás segura?- me preguntó chequeando los que tenía en la mano.
-Si, te lo olvidaste- enfaticé al acercarme y le di el papel que antes había preparado –Toma y miralo cuándo te vayas- le dije en voz baja, casi en un susurro.
Me di la vuelta y volví a entrar en la compañía. Por suerte me hizo caso, ya que enseguida se subió a su auto y se puso en marcha. En el papel había anotado mi número de celular y una frase que prácticamente era una súplica: “¡¡¡Sé discreto por favor!!!”
Por la tarde recibí su llamado.
-¡Así que te decidiste mamita! Mira que me engatusaste bien, te hacía una esposita modelo- me dijo.
-Todas tenemos nuestro lado oscuro- le dije.
En ese momento estaba sola por lo que podía hablar con tranquilidad.
-¿Entonces? ¿Me vas a permitir el honor de hacer cornudo a tu marido?-
-Mira, no voy a arriesgar mi matrimonio por un polvo así nomás, yo busco otra cosa- le dije.
-¿Y que buscás, flaquita?- quiso saber.
-No sé… pasarla bien… tener una noche inolvidable- respondí.
-Estás hablando con la persona indicada, mamita, si me dejás te voy a dar la mejor noche de tu vida- me prometió.
-Mira que te tomo la palabra- le dije.
-Tomame todo lo que quieras, flaquita, pero te aseguro que de esa noche no te vas a olvidar más-
Seguimos hablando por un rato más, más que nada arreglando los detalles de lo que sería nuestro encuentro. La fecha sería este sábado 21.
-¿Y vas a poder zafar de tu marido?- se preocupó.
-No hay drama, invento algo y ya está- le aseguré.
-Flor de guachita resultaste- se rió.
-De las que te gustan, ¿no?- repuse.
-De las que me gusta coger- afirmó.
-Ya te vas a sacar las ganas- le dije y me despedí con un beso.
Quedamos en encontrarnos ese sábado a las nueve de la noche en la esquina de Independencia y Entre Ríos. Lo suficientemente alejado de mi casa como para que no me viera ningún conocido.
Esa misma tarde, al salir de la compañía, me fui de compras. Quería comprarme algo especial para estrenar, un conjuntito de ropa interior, algo sexy, lo adecuado para una ocasión tan especial. Luego de la compra me fui a casa. Durante la cena le comenté a mi marido que una compañera de trabajo cumplía años y que había decidido hacer una salida de solo chicas. La supuesta salida sería el sábado… el sábado 21.
-No te vayas a poner en pedo- bromeó.
-Jajaja…- me reí –Sabés que no tomó mi amor-
-¿Queres que te pase a buscar por algún lado?- se ofreció.
-No hace falta, si terminamos tarde me quedo en lo de Mariana y me vengo en cuánto amanezca- le dije.
-Dale, pero anda llamándome para saber que está todo bien- me pidió.
-No te preocupes mi vida- le dije levantándome de la mesa y acercándome a él para abrazarlo por detrás –Te voy a llamar-
Me senté en sus piernas y lo besé. Enseguida sentí su erección latiendo debajo de mi cola.
-¿Dejamos todo como esta?- le pregunté.
-Más vale…- me respondió.
Nos levantamos y fuimos derecho al dormitorio. Nos desvestimos e hicimos el amor con la misma intensidad de siempre. Pese a lo que muchos puedan suponer, disfruto cada vez que hago el amor con mi marido, lo disfruto mucho, el problema es que también disfruto con otros hombres, creo que ahí radica el origen de mis infidelidades.
Pero bueno, siguiendo con el tema, durante la conversación telefónica que habíamos tenido, habíamos arreglado que de ahí en más nos comunicaríamos solo mediante mensajes de texto. Tengo el celular en modo vibrador para los mensajes por lo que no correríamos los mismos riesgos que con una llamada.
El sábado, cerca de las siete de la tarde, comencé a prepararme. Me di una ducha, me afeité la conchita, me puse un poco de cremita para la irritación, me maquillé, y me tomé mi tiempo para seleccionar la ropa que habría de ponerme. No podía ir muy de gata porque mi marido sospecharía, aunque me moría de ganas por vestirme bien provocativa y revelar de una vez por todas a la puta que llevo adentro.
Primero me puse el conjuntito íntimo que había comprado para la ocasión. Corpiño y culote de seda color fucsia con encajes blancos. Me miré en el espejo y me felicité por la elección. El corpiño comprimía mis pechos y los mantenía afirmados como si fueran a explotar en cualquier momento, en tanto que el culote… bueno… resaltaba lo que tenía que resaltar.
Finalmente elegí como vestuario algo no muy llamativo, después de todo hacía frío y arriba tendría que ponerme un saco. Además quería que Rubén siguiera pensando que era esa esposita modelo que él había idealizado, la que por fin se decidía a aceptar sus tentadoras propuestas.
A las nueve menos cuarto me despedí de mi marido con un beso prometiéndole que estaría llamándolo continuamente. Salí a la calle y tomé un taxi. Ni bien le indiqué la dirección al taxista saqué mi celular y le mandé un mensaje a Rubén: “Estoy en camino”.
“Muero por verte mi Reina”, me respondió enseguida. Por lo visto ya estaba entonado. Cuándo me bajé en la esquina de Independencia y Entre Ríos, le mandé otro mensaje: “Ya llegué”.
“Te veo, estás hermosa”, me contestó. En ese mismo momento una 4 x 4 se detiene a mi lado.
-¿Te llevo flaquita?- me pregunta el conductor por la ventanilla. Es Rubén. Le sonrío y me subo por la puerta del acompañante. Cierro y lo saludo con un beso en la mejilla.
-Pero flaca…- me reclama –Me parece que esta noche estamos para más que un simple beso en la mejilla-
-Tenes razón- le digo.
Me acerco y nos besamos en la boca, no con un chupón, sino con un pico, apenas un leve anticipo de lo que vendría después.
-¿Ves? Así está mejor- me dice y se pone en marcha.
Cenamos en Puerto Madero, y luego fuimos a tomar unos tragos en “Asia de Cuba”. Ahí fue que comenzó realmente la noche para nosotros. Hasta el momento habíamos estado hablando como dos buenos amigos, sin que pasara nada aún, pero ya en el boliche, nos dejamos llevar por el frenesí del ambiente y terminamos, o mejor dicho, yo terminé, de espalda contra una pared, con él apoyándome, y comiéndome la boca con una avidez que delataba las ganas que me tenía.
-¿Nos vamos?- me preguntó luego de ese enfervorizado y caliente chupón.
-Dale, vamos- asentí.
La humedad en mi conchita me decía que ya era el momento apropiado.
Salimos del boliche y fuimos a buscar la camioneta que todavía estaba en el estacionamiento del restaurante. Antes de subir le pedí por favor a Rubén que me diera un minuto para hacer una llamada. Saqué el celular y llamé a mi marido. Todavía estaba despierto.
-Hola… si… recién terminamos de cenar… si, estuvo rico… ahora no sé, creo que vamos a ir a tomar algo… si, por mi parte agua mineral, jajaja… después por ahí vamos a la casa de alguna de las chicas, ya veremos… cualquier cosa te aviso… te mando otro mi amor, y dormí que ya es tarde… becho…- me despedí haciendo el ruido de un beso y corté.
Rubén se me acercó y me abrazó por detrás.
-¡Que turra sos… y como me gusta que seas así de perra!- me susurró a la vez que me apoyaba y me hacía sentir su inquieto paquete entre las nalgas.
La falda de mi vestido se ceñía a mi cintura, de modo que la dureza de su pija se hacía aún más notoria y palpable.
Subimos a la camioneta y salimos del estacionamiento. Tardamos apenas unos minutos en llegar a “Osiris”, un albergue transitorio que, según parece, Rubén frecuenta asiduamente.
La suite egipcia estaba disponible y debo decir que me sentí Cleopatra al verme rodeada por aquella ambientación, aunque en un primer momento no pude disfrutarla demasiado, ya que ni bien cerramos la puerta empezamos a besarnos y a acariciarnos por todos lados, tocando esas partes de nuestros cuerpos que hasta entonces, por haber estado en público, no habíamos podido reconocer.
Luego de unos cuántos besos le dije que se pusiera cómodo mientras yo me preparaba. Entré entonces al baño y me desvestí, quedándome tan solo en ropa interior. Me miré al espejo y me arregle el pelo, el cuál había quedado algo alborotado después de aquel reciente desborde pasional. Cuándo ya estuve lista, salí del baño y… Rubén se había tomado en serio lo de ponerse cómodo.
El zarpado ya estaba en bolas, en la cama, la espalda apoyada contra el respaldo, sobándose la pija. Mientras caminaba hacia él pude observar con mayor atención los detalles de la habitación. Las columnas que rodeaban el lecho, los espejos en forma de pirámide, los motivos egipcios, todo era un encanto, aunque lo que más atraía mi atención era lo que Rubén ostentaba entre sus manos.
Así que haciéndome la gata, me subí a la cama y fui gateando hacia él, ronroneando dulcemente, mirándolo a los ojos, cuidando que mis pechos, todavía contenidos por el corpiño, le ofrecieran el mejor panorama. Mis labios buscaron los suyos y se fundieron en un beso rebosante de saliva y pasión.
Mientras nos besábamos le agarre la pija y me puse a frotársela sintiendo enseguida como la palma de la mano se me humedecía con el líquido que le salía por aquel “tercer ojo” que supuraba ya de excitación.
De a ratos dejaba de besarlo para lamerme en forma incitante la mano y los dedos, tras lo cuál volvía enseguida a su boca, ya que él no tenía problema en seguir besándome pese a que mis labios estaban empapados con su virilidad.
Yo seguía sacudiéndole la poronga, arriba, abajo, endureciéndola, sintiendo como crecía, como aumentaba de volumen, como engordaba, como el glande se transformaba en un corazón pulsante a punto de estallar. De su boca fui bajando lentamente, siempre con besos y lamiditas, lo besaba aquí y allá, le mordía despacito las tetillas y seguía bajando, le hurgaba el ombligo con la lengua, y así hasta encontrarme de frente con el astro de la velada: una verga de contundentes proporciones, con una incitante comba en el medio que hacía que se torciera hacia un costado.
No me hice de rogar, enseguida apliqué mis labios sobre esa tersa superficie, besándola a lo largo y a lo ancho, acariciándola con la lengua, subiendo y bajando, sintiendo como la piel se le tensaba mucho más todavía. Estaba caliente, jugosa, rebosante, ideal para una mamada. Sin soltársela abrí la boca y me la fui comiendo despacio, de a poco, chupando cada vez un poquito más, sorbiendo con avidez hasta el último trozo de tan elemental atributo.
-¿Es la primera vez que se la chupás a alguien que no sea tu marido?- quiso saber Rubén mientras su candente pedazo se deslizaba entre mis labios.
-¡Mmmmmhhhhh…siiiiiii…!- asentí sin soltársela, mamándola con el mayor de los entusiasmos.
Si supiera…, pensaba. Garganta profunda es un poroto al lado mío… jajaja. Aunque creí que lo mejor era que siguiera pensando que aquella era mi primera infidelidad. El hecho de que creyera que él era mi corruptor, el que me había incitado a ponerle por primera vez los cuernos a mi marido le agregaba a esa ya de por si excitante noche un morbo especial.
Se la seguí chupando por un buen rato más, segregando la mayor cantidad de saliva posible, la que mezclándose con sus propios fluidos formaba un caldito de lo más delicioso. Cada vez que me separaba de su verga para recuperar el aliento, un hilo de ese fluido quedaba colgando uniendo mi boca con su sexo, entonces se lo escupía y esparcía la escupida por todo el contorno, volviendo a prenderme como una ventosa de esa carne turgente y viril que parecía prenderse fuego, sorbía y succionaba prácticamente sin respiro cada pedazo, bajando cada tanto hasta las bolas, las que también atendía con el mayor de los gustos. Rubén tiene unas bolas preciosas, gordas, peludas, calientes, que en ese crucial momento estaban bien cargadas de leche, se las besaba, lamía, chupaba, y hasta mordía, para luego subir por el tronco, con la lengua, siguiendo siempre la sinuosidad de la curvatura, llegar así a la punta y volver a chuparla sin descanso. Él, por supuesto, no se quedaba quieto. Mientras yo se la chupaba aprovechaba para manosearme las tetas, para apretármelas, para amasármelas, poniéndome los pezones en punta, como dos dardos a punto de ser lanzados.
Entonces se incorporó, buscó mi boca y me la comió. Me senté sobre sus piernas y deje que jugara con mis pechos. No me quitó el corpiño, tan solo lo bajó un poco para liberar apenas la carne que este contenía, y ahí empezó a devorarme las tetas, me las mordía y chupaba con fuerza, estaba segura de que iba a dejarme las marcas de sus chupones, en ese momento no me hice problema, ya me preocuparía por eso más tarde, así que mientras él se empalagaba con mis pechos yo seguía bien aferrada a su manubrio de carne, se lo agarraba como si del mango de mi felicidad se tratara, no lo soltaba, más que dispuesta a irme con él adonde hiciera falta.
Dispuesto a compensarme Rubén me recostó de espalda en la cama, me abrió de piernas y se lanzó a la captura de mi atributo más íntimo. Tampoco me sacó el culote, lo hizo a un lado, apartándolo levemente, lo suficiente como para dejar al descubierto esa herida natural de mi cuerpo cuyo ardor se hacía más intenso a cada instante. Su lengua hizo estragos en esa zona. Rubén sabe realmente como complacer a una mujer sin tener que recurrir necesariamente a la penetración, creo que si hubiera querido me habría hecho acabar solo proporcionándome sexo oral. Su lengua me punteaba en el sitio exacto, ni más allá, ni más acá, justo en el centro, regalándome unas sensaciones exquisitas, de esas que te sitúan al borde mismo del delirio.
Sus dedos no se quedaban atrás, sin dejar de lengüetearme en esa zona tan álgida, alcanzaba a meterme un par bien adentro, y los revolvía como si hubiera perdido algo y esperara encontrarlo en lo más profundo de mi concha. El jugo que me salía de adentro era incontenible y él lo degustaba sin reservas.
Para entonces yo ya estaba desesperada, me salía de la vaina porque me cogiera, y debió darse cuenta de ello, ya que entonces se levantó y sacándome ahora sí el culote, enfiló su rígido miembro hacia mi caliente abertura.
Previamente lo charlamos y de común acuerdo decidimos hacerlo sin preservativo, aquella noche así lo ameritaba. Así que antes de que me la metiera se la agarré en carne viva y se la froté con una mano, acomodándola justo en la entrada, un sutil empujón y la pija se me clavó hasta lo más profundo. La humedad de mi concha era tal que la verga de Rubén se deslizó hasta los huevos en mi interior, llenándome de una sola vez en esa forma que nos resulta tan satisfactoria. Al sentirla eché la cabeza hacia atrás y solté un gemido que debió de escucharse en todo el hotel. Las piernas me temblaron y la humedad de mi sexo se hizo aún más fluida. Recién me la había metido y ya estaba teniendo mi primer orgasmo. Por suerte Rubén no se apuró, dándose cuenta de la situación me la dejo ahí quietita, dejándome disfrutar el momento, tras lo cuál si, empezó a moverse, lento primero, mucho más fuerte después, haciéndome sentir en todo momento esa consistencia que desde el vamos prometía una noche a puro polvo.
Cada clavada me arranca un suspiro, cada clavada repercute en mi cabeza, mareándome de placer, embriagándome con esas sensaciones que se multiplican por millares. Cuándo me cogen me gusta ver como la pija entra y sale de mi concha, por eso de a ratos levantaba la cabeza para ver el continuo fluir de ese trozo de carne por entre mis labios vaginales.
Las mujeres que lean esto me sabrán entender, resulta estimulante ver como tu hombre te la mete, como la pija entra y sale de tu cuerpo, como tu sexo se abre para recibir aquello por lo que tanto se humedece y calienta. Resulta algo mágico… ahora esta, ahora no, aparece y desaparece, como si de un prestidigitador se tratara. Adentro y afuera, la saca y me refriega el glande por sobre los labios y me la vuelve a ensartar, de nuevo hasta lo más profundo, rubricando cada ensarte con un empujoncito final con el que parece llegarme más adentro todavía. Él esta ubicado de rodillas, mis piernas a ambos lados de su cuerpo, yo también me muevo con él, no me gusta quedarme inerte en un momento así, y cuándo él se queda quieto me ensarto con todo en esa vigorosa arma buscando por mí misma la tan necesaria penetración.
-¡Así flaquita… así… clavátela toda… es toda tuya… gozála…!- me decía Rubén, agarrándome de la cintura, acompañándome en mis excitados movimientos.
De mi cintura sus manos subían hasta mis pechos, amasándomelos con furor, apretándome la carne, como dispuesto a deshacerla, y aunque me dolía yo seguía y seguía, empujaba hacia delante, ensartándome una y otra vez, golpeando su pelvis con mi sexo, rebotando contra su cuerpo, hasta que me aferró fuertemente de la cintura y manteniéndome bien sujeta se tumbó de espalda, colocándome sobre él, haciendo que lo montara. Bien acomodada ahí arriba empecé a subir y bajar, con más ímpetu cada vez. Ahora si, me solté el corpiño y liberé mis pechos para que saltaran y se sacudieran de un lado a otro ya sin contención alguna. Subía, bajaba, subía, bajaba, meciéndome con gusto en esa vigorosa montura sobre la cuál iba en busca de un nuevo estallido.
Las manos de Rubén se paseaban por todo mi cuerpo, libre e impunemente, acariciándome, manoseándome obscenamente, de nuevo aprisionaba mis tetas, me las estrujaba, me tiraba de los pezones, llevaba un dedo a mi boca y hacia que se lo chupara, para luego volver a mi cintura y aferrándome de ella ayudarme con tan empeñosa cabalgata. Yo estaba como en trance, no dejaba de moverme, seguía subiendo y bajando, sin respiro, sin detenerme, hasta que… el chorro de leche que me soltó pareció llegarme hasta la garganta. Quería sentir ese momento, así que me detuve.
-¡Ahhhhhhhhhhhhh…!- suspiró largamente Rubén mientras acababa.
La leche se filtraba por cada resquicio de mi concha mientras yo me quedaba bien clavada a él, frotándome rítmicamente, sintiendo el lento y sinuoso discurrir de su esencia por todo mi interior.
-¡Me… llenaste de leche!- alcancé a suspirar, derrumbándome sobre su pecho entre jadeos cada vez más pausados.
-¡Flaquita… flor de cogedora resultaste!- exclamó mirándome como si recién me estuviera conociendo.
-Todo gracias al acompañante, sabelo- le dije.
Volvimos a besarnos con frenesí, mordiéndonos prácticamente los labios, frotándonos el uno contra el otro, entonces sucedió, lo que en un momento fue algo apenas perceptible fue haciéndose mucho más nítido cada vez. Sin haberla sacado todavía, la verga de Rubén volvía a ostentar una dureza considerable, la ideal para seguir fifando casi sin interrupciones. Reinicié entonces la cabalgata, retomando el ritmo perdido, volviendo a sentir esas pulsaciones latiendo en lo más profundo de mi intimidad.
Al rato me la sacó, me puso de costado, se tendió tras de mí, y levantándome una pierna me la volvió a clavar. De nuevo aquellas mismas sensaciones volvían a renacer en mí, extendiéndose por todo mi cuerpo, más aún cuándo sus movimientos se hicieron más intensos y acelerados.
-¡Ahhhhh… ahhhhhh… ahhhhhh… ahhhhhh…!- gemía yo, acompañando cada clavada con una exclamación.
Desde atrás, y sin dejar de penetrarme, me amasaba las tetas, me las apretaba en esa forma suya, tan violenta y enérgica, ya tenía algunos moretones de un rato antes, pero él seguía sobándome con violento frenesí, retorciéndome los pezones como si quisiera arrancármelos.
Yo me abría toda para él y hasta empujaba la colita hacía atrás, frotándome contra su pelvis cada vez que me la metía bien adentro. Me gusta sentirme llena de esa manera, a rebosar, sentir sus huevos rebotando contra mis labios. El ruido húmedo de la penetración dominaba el ambiente, junto con nuestros suspiros, los que se iban intensificando a medida que nos acercábamos a un nuevo orgasmo. Ya podía sentir esa deliciosa vibración, ese furioso palpitar que presagia tan sublime momento, pero esta vez quería llegar junto a él, quería poder disfrutar de su acabada al mismo tiempo que yo disfrutaba de la mía.
-¡Más… más… más…!- le pedí a la vez que comenzaba a frotarme el clítoris.
Rubén entendió perfectamente lo que le estaba reclamando y aumentó de repente el ritmo, haciendo resonar la carne de mis nalgas con cada golpe de su pelvis.
-¡Si… siiiii… siiiiiiiiiii…!- estallé poco después fundiéndome con él en un polvo de proporciones épicas y majestuosas, acorde a la ambientación egipcia de la habitación.
Dejándomela clavada bien adentro Rubén acabó en una forma por demás cuantiosa, podía sentir el torrente de semen derramándose en mi interior, mezclándose con mi propio flujo, formando un solo caudal, el que parecía llegarme hasta las entrañas.
-Por Dios Mariela… no te voy a mentir… hacia rato que no me echaba dos al hilo- me aseguró mientras disfrutábamos de los últimos espasmos de ese nuevo y rotundo orgasmo.
No le respondí, me limité a girar la cabeza hacia él y buscar su boca para besarlo con la misma avidez que habíamos degustado durante toda esa noche.
Ya era tiempo de un relax. Nos metimos en el hidromasaje y brindamos con unas copas de “Moet Chandon”, gentileza del hotel. Cuándo salimos, un buen rato después, llame a mi marido y le dije que como ya era tarde me iba a dormir a lo de Mariana. No me puso reparos.
-Buenas noches mi amor- le dije al despedirme.
Aquella situación, que en plena situación de infidelidad, en un telo y luego de habernos echado dos polvos, estuviera llamando a mi marido, pareció estimular a Rubén, que de un momento a otro volvía a hacer gala de una erección prodigiosa
La habitación tiene junto al hidromasaje una especie de trono, con bordes de madera y detalles egipcios a los costados, Rubén hizo que me sentara en el mismo, como una Cleopatra reencarnada, y abriéndome de piernas se sitúo entre ellas, penetrándome limpiamente. Apoyé la cabeza en el respaldo y lo recibí con el mismo gusto de la primera vez, enlacé mis piernas alrededor de su cuerpo y disfruté de los empujes que inició a continuación, moviéndome con él, dejando que me cogiera con un ritmo vertiginoso y enardecido. Me sujeté entonces de un par de anillos que había al costado y entre a darle, los dos nos agitábamos con violencia, los jadeos y gemidos se hacían más intensos, se exacerbaban a cada instante, de nuevo volvíamos a situarnos al borde del colapso.
-Avisame cuándo estés por llegar… ¿si?- le pedí.
Unos cuántos ensartes más y ya Rubén estuvo a punto caramelo.
-¡Ya… ya voy a llegar!- me anunció.
Sus palpitaciones me lo corroboraban. No perdí tiempo, ahí mismo lo empujé, me bajé del trono y postrándome de rodillas ante él me metí la pija en la boca, una par de sacudidas y la leche se disparó en mi paladar. Mi orgasmo llegó cuándo sentí su semen derramándose por mi garganta. No me tragué todo, retuve un poco, el cuál me dedique a saborear haciendo buchecitos para luego escupirlo sobre mis pechos y esparcirlo por sobre mi piel, impregnando mis pezones con ese fluido que ya en su tercer eyaculación aún seguía espeso y caudaloso.
Rubén me miraba embelesado, como no pudiendo creer que la empleada de la compañía de seguros, esa mina que todos los meses le cobraba y atendía sus reclamos, pudiera ser tan pero tan perra. Luego de habérsela dejado bien limpia, me ayudo a levantarme, me tomó de la mano y me llevó a la cama.
Pernoctamos en el hotel y por la mañana bien temprano, tras ducharnos juntos, salimos en su camioneta. Rubén me dejo en la misma esquina en donde me había levantado. De ahí me tomé un taxi hasta mi casa. Cuándo llegué mi marido aún dormía. Me saque la ropa, me puse el camisón y me metí en la cama. Apenas me sintió me abrazó y me hizo cucharita.
-¿Y… como dormiste?- me preguntó entre dormido.
-Mal… es que te extrañaba, por eso vine temprano- le dije acurrucándome contra su cuerpo.
-Bueno, ya estás acá- me susurró abrazándome todavía más fuerte.
-Si mi amor, ya estoy acá- le dije y me dormí.
Mi cita del sábado había resultado perfecta.